26.11.05

Marina

Pasaba cada día a primera hora de la mañana por aquel escaparate camino del trabajo. Era un restaurante gallego del centro que exponía en enormes peceras oscuras sus últimas adquisiciones del mar. Solía detenerse un momento a contemplar el extraño espectáculo de centollos, cangrejos o sepias, tan quietos que parecían vivir en otro mundo, muy lejos de las piedras de colores que veían sus ojos negros e inexpresivos, ausentes de su pequeña realidad material de cristal y agua. Al dejar atrás el restaurante solía imaginar, aún inmersa en la superstición de los sueños de la noche, la vida interior de aquellos misteriosos animales condenados a una muerte tan cercana y prosaica. A veces le parecía que aquel estado de inmovilidad sólo podía deberse a la consciencia, a la sabiduría del que acepta su propio destino: podían ser peces pensadores, aislados en algún ritual de meditación. Eso explicaba que no parecieran percibir a los demás en la pecera... Otras veces tenía una sensación casi opuesta: contemplaban lo que tenían frente a sí con tal intensidad, con tal arrobamiento estético, que no necesitaban explorar nada más: eran artistas perdidos en los detalles de una esquina concreta o de una planta de plástico en particular, y recogían sus impresiones emocionadas para alguna vida posterior en que pudieran plasmarlas. Y según sus preocupaciones del momento la sensación variaba: eran políticos conservadores desengañados del presente que revivían continuamente sus recuerdos; eran románticos enamorados abandonados por su amor; eran realistas hastiados de una vida sin magia...

* * *

Hacía casi dos meses que Marina estaba triste. Estaba triste cuando se levantaba de la cama –y ese era un momento tan duro que intentaba postergarlo hasta la tarde los días que no trabajaba—, estaba triste cuando cocinaba y cuando comía –así que cocinaba poco y comía mal— y estaba triste cuando se duchaba: desnuda se sentía siempre como una niña vulnerable y el agua caliente en invierno la relajaba y se mezclaba maternal y limpia con sus lágrimas calientes. Así que Marina, hasta entonces más preocupada por otras cosas, empezó a pensar en sus sentimientos. Y empezó a envidiar a los mariscos, que le resultaban ahora seres estoicos, libres de visiones de futuro, de pensamientos viciosos... de los dolores del corazón.

* * *

Aquel día era martes. Era un día gris de febrero y hacía frío. Marina pasó como todas las mañanas por el restaurante gallego. Esta vez se paró un tiempo algo mayor de lo normal y vio una gran cigala pegada al cristal más próximo de la pecera. Al principio fue como todas las demás veces; sintió que era una mera espectadora y que no podría nunca desentrañar aquel misterio, pero en lo que a ella le pareció un instante sucedió algo asombroso: supo que la cigala estaba mirándola. No sólo viéndola, sino mirándola. Fijamente, consciente de su presencia. Marina la miró a su vez, sin tiempo de sorprenderse, y quiso preguntarle con la mirada todo lo que le había rondado la cabeza sobre ellos: “¿quiénes sois?”; “¿qué sentís?”; “¿qué secretos conocéis?” Por supuesto, la cigala no respondió. Ni siquiera se comunicó con sus pequeños ojos sin fondo. Y, sin embargo, Marina comprendió. Comprendió el negro de los ojos de la cigala y el mundo fue ennegreciéndose. Comprendió el azul tibio del agua y el mundo fue acuoso. Comprendió la corta vida animal sin libertad y sin miedo y se sumergió en ella. Dejó atrás el dolor de la superficie, su nombre, su pasado de luces y sombras, y se inundó del neutro presente de penumbra de la pecera. Sucedió sin más y cuando todo hubo pasado no quedó espacio para pensar en ello porque las cigalas no piensan.

* * *

Yo soy ahora ella, soy Marina. Pensé en llamarme de otra forma pero me resulta difícil escoger otra palabra. Aún no soy muy buena con las palabras... Mi vida ahora es muy diferente, mucho más grande y más difícil. Recuerdo esa sensación de plenitud sin pensamientos y de temperatura constante, pero cada vez es más lejana. A veces, en sueños, siento aún que me ahoga el aire de este mundo seco y gigantesco... Me ha sorprendido caminar por la calle, nadar con un cuerpo humano, abrazar a otros... Pero todavía no soy una persona, no puedo sentir el hermoso sufrimiento que leí en sus ojos. ¡Estoy ansiosa de encontrar algo por lo que sentir tan intensamente...! Quiero vivir. La vida tan compleja y rica en este nuevo universo compensará el sufrimiento... supongo.



(Dedicado a Cortázar, por afectarme tanto que le plagié casi sin darme cuenta. La idea central de esto es del cuento Axolotl. Lo había leído hacía un tiempo y fue simplificándose y mezclándose en mi cabeza hasta que creí que era idea mía y decidí escribirla...)

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, me ha encantado!!!!! Mas, mas, el publico pide mas!

Anónimo dijo...

Menos mal que has tenido la decencia de poner al final que era de un plagio de Axolotl.
Tenía el sentido crítico tan excitado que casi me revienta difuminado en pedacines. Jeje.
He leído todos tus textos de un tirón y éste, con diferencia, ha sido el que menos me ha gustado.
Aún así está muy bien este blog. Cotilleas y piensas al mismo tiempo, cosa casi imposible de hacer por Internecio.
Agur! :)
Fdo. Una que pasaba por aquí.

Unknown dijo...

A mí es de los que más me ha gustado, y no lo digo por llevar la contraria. Aunque debo añadir que hace ya 10 años que no leo a Cortázar así que no me puede rechinar nada, porque apenas lo recuedo... Claro que teniendo en cuenta que todo es un plagio, qué más da.

Anónimo dijo...

claro claro que yo también, con mi gran cultura había visto que era una plena referencia al afectado de gigantismo don julio. pero era tan lógico que no me ha saltado el sentido crítico ese...ahora me dispongo a ir a ese restaurante, que creo saber cuál es, con la morbosa intención de zamparme a Marina...

Anónimo dijo...

Pues te ha quedado muy bien. Lo he disfrutado mucho, la verdad. ¿Plagio? Yo diría más bien re-creación, y me sumo a las palabras de Laura, etc.

Anónimo dijo...

Yo no se si a estas horas soy hombre o molusco...

Anónimo dijo...

Marina ... ay, Marina, que bonito.

Y para amenizar tan excelsa lectura recomiendo una canción de uno de mis grupos favoritos, El Desvan del Macho titulada Nueva Marina y que le va al pelo, incluida en Lumbar, creo, con letra de Josetxo Anitua, de Cancer Moon.

Anónimo dijo...

Este fin de semana vamos a comernos unas cigalas enormes, y les quitaremos los ojos para que no miren, faltaría más, hay que ser señora como decía la madre en El Desencanto, y dar una muerte digna.

Que me voy por los cerros..

Vuelvo. Ya. Aterrizo Jueves y propongo comer juntas, y si te apetece vernirte a:
a)el horrible salon del comic madrileño
b)la grabacion de Noche sin tregua
c) pasando, café largo.

El Sabado ya será el sumun y te cantaré a pleno pulmón.