Los cuentapelis
Acabo de terminar un libro de Stanislaw Lem, La investigación, que me parece increíble y que no he disfrutado como hubiera podido. Aparte de que últimamente no consigo leer durante horas seguidas (o me duermo, o siento una extraña vaguería-miedo a empezar a leer...), algo que antes hacía continuamente y que ya de por sí contribuye a que las cosas me impacten, ha sido imposible recibir ingenuamente lo que sucede en la historia porque algún imbécil decidió “contar la peli” en la contraportada.
Se puede pensar que un cuentapelis es el que da información sobre la trama antes de tiempo. Pero no, no me refiero a la actitud impremeditada del que avisa en los momentos clave de una película de misterio: “mira, mira esto, que si no no entenderás lo que pasa”, o del que, admirado por el argumento, no puede evitar soltar frases inoportunas cuando explica su admiración: “esto te parecerá sorprendente, pero es que verás después, verás después...” No. Hablo de algo mucho peor. Hablo del crítico que se atreve a interpretar por mí, a entresacar el mensaje o a explicarme por qué debo apreciar la obra.
Yo siempre he sido muy dada a explicar por qué aprecio algo; intento racionalizar, o al menos, comunicar de una forma coherente algo que las más de las veces es una reacción instintiva, no “justificable”. Pero aunque el apasionamiento haga que queramos gritar a los cuatro vientos nuestra visión de las cosas, no tenemos derecho (y sí, hablo de Derecho en este contexto) a contar la peli en la contraportada o –aún peor— en la introducción.
Porque, digo yo, cuando un crítico cuenta la peli en este sentido, sólo hay dos opciones:
No dice nada importante, se limita a hacer un halago innecesario.
Dice algo realmente importante, algo sin lo cual la historia no sería lo que es. En este caso, si hace este trabajo, a veces complicado, supongo que es porque cree que no todo receptor competente va a entender la obra tan bien como él. Si creyera que la obra se explica por sí misma debería adoptar la actitud más humilde posible: no decir nada, o como mucho hacer un halago innecesario.
La conclusión lógica es: al lector, o espectador, en el mejor de los casos (cuando el crítico consigue dar con algo importante que decir y que es de verdad pertinente) o bien le chafan la magia de la ficción o bien le pasan por las narices su propia ignorancia o insensibilidad. Porque si al leer el libro o ver la película no da por sí solo con esas claves básicas, es indudable que no puede disfrutar la obra al máximo aunque condescendamos a explicársela. Simplemente, no tiene lo que hay que tener para sentir el placer que sí ha sentido el crítico.
En fin, os recomiendo que leáis La investigación, que es un libro muy especial, pero, si tenéis la edición de Libro amigo, de Bruguera, no se os ocurra leer la contraportada.