10.10.07

El espíritu de la escalera. Ayer pasé por esa tienda de zapatos tan mod y tan chula de la calle Espíritu Santo. Entré a mirar unas botas y me fijé en que un zapato que había visto el lunes estaba más de veinte euros más caro. Le pregunto al dependiente que muy amablemente me indica: "Tú te debes de referir a éstos", enseñándome un modelo i-dén-ti-co. Cuando le pregunto a qué viene la diferencia entre los dos me explica que el caro tiene puntera reforzada. Sabiendo que la cosa tiene miga pero sin capacidad de reacción, sólo acierto a decir: "Ehhh, no, jeje, no la necesito... Ya volveré otro día". La parida -obvia- me llega a la cabeza justo cuando es demasiado tarde, mientras atravieso el umbral hacia la calle y no hay manera de encajarla: "Ah, claro, para patear rockers; no, gracias, soy neutral". Me río sola por la calle y, aunque creo que al dependiente no le hubiera parecido nada ingenioso, yo hubiera querido soltarlo de todas formas, así, natural, como si nada. A estas cosas las llamo "el espíritu de la escalera" desde que me leí un tebeo de Sandman en que el prota adolescente usa esa expresión: cuando estás en casa de alguien mucho rato y te vas, al bajar la escalera hacia la calle siempre se te ocurre algo importante que no le has dicho y que en la próxima conversación quizá no tenga sentido. A mí me pasa casi siempre con gracietas.

El espíritu del autobús. Primera hora de la mañana y toda esa gente tan resignada, tan todos a una, tan... trabajadora, vamos. A veces me da por sentirme más enérgica que los demás, porque me dejo llevar por cualquier idea que me hace ilusión o porque llevo los cascos muy altos y muy guitarreros y me siento como en un vídeo musical en el que yo saliera en colorines y el resto de la gente en blanco y negro... Esta semana un ciego muy serio a unos cuantos metros me preocupa un poco: "él debe de oír mi música desde allí y quizá le molesta, porque a los ciegos se les agudiza mucho el oído". Y luego pienso que no, que si yo fuera ciega y estuviera en la calle querría escucharlo todo... Cuando no puedes ver nada, ¿sigue teniendo sentido apreciar el silencio? Y si yo fuera sorda, ¿no querría ver siempre colores chillones, escandalosos, que lucharan entre sí? ¿No apreciaría toda visión por horrenda que fuera? ¿No sería la vista para mí una fuente valiosa de información mucho antes que una búsqueda estética?

Y ahora lo veo claro: la estética es esa disciplina de lo que no hace ninguna falta ni tiene importancia alguna en la vida. Pero bueno, como la filosofía.


Y yo puedo disfrutar de todo.

7 comentarios:

Franziska dijo...

Es algo tan simple cuando lo tienes y tan valioso y extraordinario cuando no lo disfrutas. A mí, de todas las pérdidas, la auditiva es la que me produce más desazón. La cantidad de información que llega por el oído es insustituible por cualquier otro medio: es irreparable.

mario dijo...

Resulta curioso: Yo también tengo localizado el espíritu de la escalera y también lo he bautiado gracias a un tebeo. En mi caso se llamaría el "espíritu de Calvin". Y es que hay una tira de Calvin y Hobbes en la que el primero se preguntan "¿Por qué todas las contestaciones ingeniosas se me ocurren cuando ha pasado el momento de soltarlas?" A mi me pasa a menudo. Y algunas son ingeniosas de verdad y da una rabia.

Miguel B. Núñez dijo...

jajajajaja, lo de Calvin es la muerte! jajajajaja

miss lisbon dijo...

Uhmm que lectura más agradale para mi tarde de resfriado en el sofá...me quedo con ese "Y yo puedo disfrutar de todo".

Anónimo dijo...

A mí tambien me suelen ocurrir las cosas más importantes con retraso, demasiado a veces.

(hará falta, por lo menos para discutirla y pasar el rato, y volver a leerte con el placer de siempre)

Ci.

Raquel Márquez dijo...

Sí, puedo disfrutar de todo! Otra cosa es que lo haga siempre, claro, pues no soy yo buena ni nada agrandando problemas...

Anónimo dijo...

después de que el espíritu de la escalera te haya susurrado lo que tendrías que haber dicho, eres invencible. tarde y mal, como siempre.