24.1.07

Me dediqué a la magia con más intensidad cuando era estudiante en la Universidad de Chicago. No fui nunca un mago de escenarios; entretenía a pequeños grupos en fiestas privadas y más a menudo en las mesas de distintos clubes nocturnos (...) En una mesa en la que actuaba estaba el hombre más escéptico que he conocido en mi vida. Estaba allí sentado, fumando en pipa, y nada de lo que pudiera hacer llamaba su atención. Fui haciendo mis trucos cada vez más sorprendentes, pero en vano. Después de veinticinco minutos de esfuerzo creciente, al final hice mi mejor jugada, ante la cual, se sacó la pipa de la boca, pegó un puñetazo en la mesa, y dijo airadamente: “¡Eso es un truco!”

***

También se cuenta la historia sobre Epiménides, que se interesó en la filosofía oriental e hizo una gran peregrinación para reunirse con Buda. Cuando finalmente lo encontró, Epiménides dijo: “He venido para hacer una pregunta. ¿Cuál es la mejor pregunta que se puede hacer, y cuál es la mejor respuesta que se puede dar?”
Buda contestó: “La mejor pregunta que se puede hacer es la pregunta que acabas de hacer, y la mejor respuesta que se puede dar es la respuesta que te estoy dando”.

Raymond Smullyan, 5000 años A.C. y otras fantasías filosóficas

2.1.07

No puedo dormir y tengo que levantarme para ir a trabajar en menos de cuatro horas. Lo más divertido de todo -y ahora mismo tengo en la cabeza muchas cosas divertidas- es que no puedo evitar pensar que este principio sobre el insomnio es literariamente interesante.

Hace media hora, antes de intentar dormir, estaba leyendo La conquista de la felicidad, de nuevo Bertrand Russell, y ahí ha empezado todo. Me sucede con muy pocos textos, pero cuando pasa es intensísimo, como con la última entrada sobre Henry Miller y sobre el relato de Borges (sobre Borges estoy decidiendo que sólo en algunos momentos me parece genial, pero igualmente vale la pena). Me refiero a la sensación continuada durante toda la lectura de que todo está relacionado con todo, de que estoy hablando con el autor, en vez de sólo contemplar ciertos restos de él, y de que la escritura y la vida pueden ser lo mismo. Sí, me repito, pero eso no hace más que darme la razón.

Dice tantas cosas que me despiertan y me ayudan que transcribiría páginas enteras... pero de nuevo me estoy escudando en la autoridad de otro en vez de arriesgarme a arrancar, porque no era esto de lo que iba yo a hablaros. [Sí os diré que he pensado que los libros de autoayuda no existen, "autoayuda" y "manual" me parecen palabras incompatibles. Esto es un libro de ayuda, a secas: el que ayuda es él, el autor, y cómo se lo agradezco. Un libro de consejos para la vida es lo más loable que se puede concebir, y los que recelan de la idea general de este tipo de ayuda no son necesariamente los que tienen esperanza de construir su felicidad sin manuales, sino más bien los que prefieren creer que la felicidad no existe o que si existe no se puede hacer nada racional por lograrla.]

La idea era hablaros de mis propósitos de Año Nuevo, aunque preferiría que el asunto fuera menos ritual que eso y llamarlo decisiones de Año Nuevo. Sencillas decisiones que parecen tomadas desde siempre y que por algún oscuro motivo no he llevado a la práctica antes (los caminos del vicio son inexcrutables). Más que explicaros cuáles son esos propósitos -me aterra entrar en detalle porque tengo comprobado que me es más difícil hacer las cosas una vez que las he reconocido públicamente como metas (el vicio, el vicio)- quería compartir con vosotros que no puedo dormir porque tengo demasiadas cosas buenas por hacer en mente. Es la mejor opción de insomnio que hay.

También ocurre que me he tomado un café a las seis de la tarde, y si soy tan blanda como para desvelarme así no por eso voy a arrepentirme de haberlo pedido (el grado de horror y complicación de mis perífrasis verbales es directamente proporcional al tiempo que llevo conteniendo las ganas de escribir...) Repetimos: no me arrepiento, porque ese "café del Virrey" que he pedido en el café Ruiz llevaba nata, canela, chocolate y un barquillo, y me ha sabido a felicidad. Y es que soy feliz a pesar de que mañana (ahora son tres horas las que faltan) me levanto para ir a trabajar después de unas vacaciones de diez días tirando a poco aprovechados por culpa de la ansiedad de hacer, por culpa
de no desear, del miedo a no hacer, de desear estar nerviosa para así actuar, y de más vicios asociados como rascarme la piel o tocarme el pelo. Al final, el nombre de todo eso es aburrimiento. Dice Bertrand Russell que "nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo de aburrirnos". Una persona que vive con miedo a aburrirse -y creo que es un mal muy extendido en mi vida- nunca se divierte del todo, sólo experimenta algo parecido a la diversión cuando se intoxica (en terminología de Russell) con actividades de huida, de distracción.

Quería hablaros también del retorno de Saturno (cuando la astrología dice lo mismo que la psicología o la filosofía a ver por qué no emplear su lenguaje, que es más original), que se produce aproximadamente a los 27 años, pero me doy cuenta de que no tengo datos suficientes, C. me lo tiene que explicar mejor. Podemos ir al mismo café que la otra vez, que es el mismo en el que he estado hoy con A. Uff.

Sí os contaré un propósito que no tengo miedo de incumplir: me voy a matricular en un taller de escritura y me hace tanta ilusión que eso tiene que significar algo.