30.11.05

Más sobre lo del puto árbol

Es incoherente creer en verdades absolutas y defender la Democracia. Los "absolutistas" pueden ser moderados en política porque, afortunadamente, no suelen creer la mayor parte del tiempo que poseen en primera persona esa verdad objetiva; eso posibilita la convivencia con ellos... Pero un absolutista que además sea enérgico defendiendo su propia opinión corre el riesgo de caer en la tiranía, como aspirante a un poder tiránico, y también como admirador (esclavo) de un poder así, si proclama verdades parecidas a las suyas.

En la práctica, generalizando mucho, me parece coherente que el absolutista sea un romántico político más que un moderado dialogador; este absolutista ideal no querría decir sólo: "hay CIERTAS verdades que lo son aunque nadie estuviera de acuerdo", sino algo mucho más peligroso: "ESTO que YO digo es Verdad para todos aunque sea impopular". Cuando despreciamos por principio a las masas de gente que hace algo que nosotros no haríamos, como ver ciertos programas de la tele, ir a un partido de fútbol (si no nos gusta el fútbol) o copar, aprovechando que es gratis, el aforo de un concierto que sólo a unos pocos nos interesa mucho, por ejemplo, estamos dejándonos llevar por nuestra parte más absolutista. Si llevásemos esa actitud a las últimas consecuencias tendríamos que simpatizar con ciertas políticas totalitarias...

Lo que quiero decir es: ¿cómo puede un pensador valiente sentirse en posesión de una verdad objetiva y no desear inmediatamente hacerla universal por cualquier medio? Quien cree que lo que tiene en la cabeza no admite ninguna discusión, que no depende de ninguna mente humana, debería lanzarse a una orgía de violencia si es necesario y no rendirse hasta imponer su visión en el mundo entero. En estricta lógica, el auténtico religioso tendría que hacer de su vida una matanza justiciera, tendría que eliminar fríamente uno a uno a los enemigos de su doctrina.

Si hay una verdad absoluta ésta será compatible sólo con algunos comportamientos, sólo con unos estilos de vida, con ciertas opiniones y no con otras (a no ser que sea una verdad de bien poca importancia) y, en consecuencia, si la descubrimos habrá que abolir la democracia... A no ser que creamos que es correcto actuar dando la espalda a la verdad.

26.11.05

Marina

Pasaba cada día a primera hora de la mañana por aquel escaparate camino del trabajo. Era un restaurante gallego del centro que exponía en enormes peceras oscuras sus últimas adquisiciones del mar. Solía detenerse un momento a contemplar el extraño espectáculo de centollos, cangrejos o sepias, tan quietos que parecían vivir en otro mundo, muy lejos de las piedras de colores que veían sus ojos negros e inexpresivos, ausentes de su pequeña realidad material de cristal y agua. Al dejar atrás el restaurante solía imaginar, aún inmersa en la superstición de los sueños de la noche, la vida interior de aquellos misteriosos animales condenados a una muerte tan cercana y prosaica. A veces le parecía que aquel estado de inmovilidad sólo podía deberse a la consciencia, a la sabiduría del que acepta su propio destino: podían ser peces pensadores, aislados en algún ritual de meditación. Eso explicaba que no parecieran percibir a los demás en la pecera... Otras veces tenía una sensación casi opuesta: contemplaban lo que tenían frente a sí con tal intensidad, con tal arrobamiento estético, que no necesitaban explorar nada más: eran artistas perdidos en los detalles de una esquina concreta o de una planta de plástico en particular, y recogían sus impresiones emocionadas para alguna vida posterior en que pudieran plasmarlas. Y según sus preocupaciones del momento la sensación variaba: eran políticos conservadores desengañados del presente que revivían continuamente sus recuerdos; eran románticos enamorados abandonados por su amor; eran realistas hastiados de una vida sin magia...

* * *

Hacía casi dos meses que Marina estaba triste. Estaba triste cuando se levantaba de la cama –y ese era un momento tan duro que intentaba postergarlo hasta la tarde los días que no trabajaba—, estaba triste cuando cocinaba y cuando comía –así que cocinaba poco y comía mal— y estaba triste cuando se duchaba: desnuda se sentía siempre como una niña vulnerable y el agua caliente en invierno la relajaba y se mezclaba maternal y limpia con sus lágrimas calientes. Así que Marina, hasta entonces más preocupada por otras cosas, empezó a pensar en sus sentimientos. Y empezó a envidiar a los mariscos, que le resultaban ahora seres estoicos, libres de visiones de futuro, de pensamientos viciosos... de los dolores del corazón.

* * *

Aquel día era martes. Era un día gris de febrero y hacía frío. Marina pasó como todas las mañanas por el restaurante gallego. Esta vez se paró un tiempo algo mayor de lo normal y vio una gran cigala pegada al cristal más próximo de la pecera. Al principio fue como todas las demás veces; sintió que era una mera espectadora y que no podría nunca desentrañar aquel misterio, pero en lo que a ella le pareció un instante sucedió algo asombroso: supo que la cigala estaba mirándola. No sólo viéndola, sino mirándola. Fijamente, consciente de su presencia. Marina la miró a su vez, sin tiempo de sorprenderse, y quiso preguntarle con la mirada todo lo que le había rondado la cabeza sobre ellos: “¿quiénes sois?”; “¿qué sentís?”; “¿qué secretos conocéis?” Por supuesto, la cigala no respondió. Ni siquiera se comunicó con sus pequeños ojos sin fondo. Y, sin embargo, Marina comprendió. Comprendió el negro de los ojos de la cigala y el mundo fue ennegreciéndose. Comprendió el azul tibio del agua y el mundo fue acuoso. Comprendió la corta vida animal sin libertad y sin miedo y se sumergió en ella. Dejó atrás el dolor de la superficie, su nombre, su pasado de luces y sombras, y se inundó del neutro presente de penumbra de la pecera. Sucedió sin más y cuando todo hubo pasado no quedó espacio para pensar en ello porque las cigalas no piensan.

* * *

Yo soy ahora ella, soy Marina. Pensé en llamarme de otra forma pero me resulta difícil escoger otra palabra. Aún no soy muy buena con las palabras... Mi vida ahora es muy diferente, mucho más grande y más difícil. Recuerdo esa sensación de plenitud sin pensamientos y de temperatura constante, pero cada vez es más lejana. A veces, en sueños, siento aún que me ahoga el aire de este mundo seco y gigantesco... Me ha sorprendido caminar por la calle, nadar con un cuerpo humano, abrazar a otros... Pero todavía no soy una persona, no puedo sentir el hermoso sufrimiento que leí en sus ojos. ¡Estoy ansiosa de encontrar algo por lo que sentir tan intensamente...! Quiero vivir. La vida tan compleja y rica en este nuevo universo compensará el sufrimiento... supongo.



(Dedicado a Cortázar, por afectarme tanto que le plagié casi sin darme cuenta. La idea central de esto es del cuento Axolotl. Lo había leído hacía un tiempo y fue simplificándose y mezclándose en mi cabeza hasta que creí que era idea mía y decidí escribirla...)

21.11.05

Sexus...

Por si fuera poco lo que puede exaltarme cada una de las palabras que escribiera Henry Miller sobre cualquier maldita cosa, hace quince minutos voy y me encuentro en Sexus (además de otras tres mil ideas y sensaciones que identifico conmigo o con otras tres mil cosas que me han marcado de otros libros) estas líneas:

“¡Cuánto detestamos reconocer que nada nos gustaría tanto como ser el esclavo! ¡Esclavo y amo al mismo tiempo! Pues hasta en el amor el esclavo siempre es el amo encubierto (…) Pero, si son capaces de lanzarse el uno sobre el otro al mismo tiempo y con audacia, sin ocultar nada, entregando todo, si se reconocen su interdependencia mutua, ¿es que no gozan de una gran libertad insospechada? El hombre que reconoce ante sí mismo que es un cobarde ha dado un paso hacia la superación de su miedo; pero el hombre que lo reconoce con franqueza ante todo el mundo, que te pide que lo reconozcas en él y se lo disculpes al tratar con él, va camino de convertirse en un héroe”.

Yo, en el cuarto párrafo de aquello de “CIORANIANA (I)” (lo colgué el 8 de Noviembre) también estaba hablando de amor, claro. De amor y de amistad. El tono rancio de lo mío, tan lejos de la vitalidad arrasadora de todo lo que he leído de Henry (para mí es mucho más Henry que Miller), se explica porque cuando lo escribí sentía que no tenía esa felicidad de poder entregarme. Era más un problema mío que de los demás, como siempre en la vida.

Ahora… me siento casi tan héroe como Henry Miller.

Tono de melodrama sensiblero de sobremesa: Gracias por todo, Henry, estés donde estés.

17.11.05

Escritura semiautomática, capítulo 2 (en el que el conde de Viñadiós descubre a su hija virgen asesinada por el mayordomo)

abre la boquita ésa catalana que tienes y prepárate a recibir con honores la lengua inoculada de pega, corta y chapa dulce, savia de un bosque perfumado de pringue magenta fastuosamente rimada con barrocos arreglos y bongoes del nepal (leña al mono y más allá), colores primarios pigmentarios buscando sólo la ilusión sensorial de una estrofa de rubén darío... interrogaciones me dicen que he de pasar a publicidad: ¿podré mantener la ambigüedad por mucho tiempo? ¿caeré a la red en cambio tras caminos encharcados de pasajes facilones literariamente inválidos, escuálidos, anhélidos, ripiando...? ¿puede alguien POR FAVOR sacarme de aquí?

sólo se escuchan acordes de plástico en el ambiente enrarecido de letras y palabras, sólo la sorpresa sorbe tu psique embadurnándolo todo de nuevo y llevándote de la mano al caos primogénito, el segundo caos lo hemos encargado para mañana pero viene con defecto de cuna. bebés, madres, mamá: otra vez tú... pequeños cabritillos, mirad mi patita blanca bajo el puente de vallecas, acabaré trabajando en un estanco si no me muero de sífilis intelectual aguda. baila la lambada y vuelve a leer la náusea con otros pies, chusma universitaria, rosa-rosae, etc.

repetición repetición. cristo de metacrilato recorre en una zancada sobre ruedas de galera la calle que baja a los andenes laterales mientras un gitano bajito más gordo que si comiera y con tres años a lo sumo recita el corán por error con el repiqueteo del gong de una maruja asomada a la ventana. andaluces... qué sabrán ellos si viven con el plato de cerámica por movimiento estético y una pared blanca por fondo folcklórico, pero ya he dicho olé. ¿y qué me decís de las fallas? estoy al parecer indignadísima.

tu risa floja espolvoreada con figuras geométricamente inestables, alcohólicamente tuyas, sinceramente, vuelvo a sentir arcadas. primero la boca y luego la cabeza, como en todo buen empate a altavoces con el mareo propio, saber es a veces el caballo de troya del aturdimiento matemático. sencillas hurdes traman argumentos de blanda pegajosidad: aún no ha pasado nada pero señores no se vayan sin aspirar mi estómago soltero y sin compromiso. bríndenme hasta el tuétano, siempre me hace suspirar en la noche sombría cuando voy por el séptimo intento de abrazar la religión y comerla lentamente en salivajos espumajeantes de burbujas sónicas.

sangrar un torrente de oxidadas problemáticas sesquipedalistas y sudar todo el prejuicioso miedo a los estallidos... disfrutar sin más ambiciones que todos los vitriólicos ladridos anteriores al homo erectus. esa inconstante búsqueda del sueño del sentido, esa rumiante apariencia porcina de proporciones cósmicas, esa sociedad espectáculo inimitablemente esbelta. soy la mc filosófica, cabrones, morded el polvo ante mi sátira surrealista y mis zapatillas converse, admirad mi break dance cuajado de instantáneas freudianas grandes y brillantes como un dildo de chocolate. el puto emporio de la super-raki tris-trash en el barrio de mi ordenata electrónico, mamad hasta reventar de la gran mc que os derretirá con su ácida eyaculación femenina y os consumirá en el vacío negro de su garganta asesina, nichos con bichos, qué fuerte la muerte... y toma y toma, osito de goma, waw!

¿por dónde íbamos?
psicodelia y yo estuvimos ayer en el centro comercial. cuando se estaba poniendo todo cada vez más feo, con rechinantes monosílabos en un loop continuo de hilo musical, conseguimos enzarzarnos el uno al otro separando nuestro espectro vespertino de las baldas geométricamente vacías. un señor vigilante de seguridad sacó un estilete y trinchó un pavo sintético ante nuestro monumental ensayo de azoramiento occidentalizado: no quería creerlo al principio pero hete aquí que era un capitalista emulando a morrisey, montado en una caballería entera, como canadiense pero en la baja escocia de los grandes charcos de arenilla. cuando yo por mi parte quiera disfrazarme lo haré mojándome la planta de los pies de una idea abstracta o dos y sobrevolando carnets del partido como paloma en celo, oteando un orizonte que echó la hache fuera some years ago. a veces reflexiono entre comillas y eso me da mucho gustito porque increpo con más densidad a las vistas que más se lo merecen tras hacer delicadamente la cuenta. joder, ¿sabes de lo que te estoy hablando? no has entendido nada, ¿verdad? puta putísima monjil, qué asco, qué asquísimo me das. ooj...

vayamos por partes. lo primero es: ¿desde cuándo está escuchando? ¿oyó usted los ramalazos de horterada anfetamínica? ¿intuyó el renovado ímpetu de mi revólver apuntando a mi propia autocabeza? de ser así he de invitarle a abandonar la operativa madura de traje de corbata en que nos encontramos actualmente: ¡¡a tomar viento, cagoendiós!! como pueden ver en este proyector de jacintos que hemos arrecolocado sin mangas en medio de la sala de guirnaldas el esquema de acciones comunes se enriquece con subconjuntos de traumática vestidura. formaremos equipos en escuadrón de tristeza, comandos con enfoques destructivos del super-yo y del mega-tú, compañías en tanques de depresión buscada en el corte de yugular acomodaticio... dominaremos así todo el sistema de cámaras de inseguridad en un circuito cerrado de no me odies por favor. una vez hecho esto recapacitaremos sobre cómo intercalar cabreos entre diferentes sistemas de estrellas llegando a un susto y echándonos atrás un par de veces sin por ello cuestionar la utilidad de las armas de nacimiento masivo.
¿alguna pregunta?

¿Nadie me lleva la contraria? ¿No hay nadie que piense que hay cosas que son verdad aunque no las conozcamos? ¿Serviría de algo ponerme desafiante...?

...Vamos, que sé que estáis ahí, no os escondáis... no hay valor, ¿eh?

14.11.05

Calma, calma, todo es relativo

[Por la presente, cuelgo un textillo relativista. Habrá más de este tema, pero aparte de que se me está derritiendo el cerebro después de todo el día escribiéndolo, creo que es más comercial por entregas, jeje... Me encantaría que me llevarais la contraria o que me pusierais en un aprieto con preguntas; así voy contestando en los comentarios o en otra entrada y dialogamos. Aprovecho para saludar a Miguel Brieva ;-) ]

Es sorprendente constatar hasta qué punto, en la lucha relativistas-"absolutistas", los últimos siguen teniendo más respeto de la mayoría de la gente. Absolutista en este sentido -creyente en verdades absolutas- puede serlo un ultraconservador o un anarquista. Esta mayoría de gente presupone que, opine lo que opine uno, al final hay una Verdad o Verdades que no hay que cuestionar, independientes, superiores o incluso anteriores respecto del ser humano. Para ellos puede haber sin contradicción un sentido de la vida más o menos concreto válido para todos, aunque algunos (o todos) no lo puedan comprender o estén directamente en contra.

Pero cualquier sentido de la vida o sistema de valores en general se basa en verdades. ¿Y no es toda verdad una idea, un resultado del pensamiento que los seres humanos consideramos correcto? ¿Creer en una verdad que no depende de las personas no es como creer que puede haber un pensamiento antes que un cerebro?

A esto muchos responderán que hay hechos que son verdad aunque ningún ser humano tenga conocimiento de ellos. Pongamos el típico ejemplo de un árbol que cae en medio del bosque sin testigos. Acepto que la caída de ese árbol es verdad en muchos sentidos aunque nadie la experimente. Cierto que para mí si ningún animal se viera afectado en nada, ni en ese momento ni después, por ese hecho sería dudoso llamarlo siquiera hecho real: ¿una realidad sin seres vivos que la percibieran...? Quizá habría que llamarla de otro modo, porque ya no tendrían sentido las contraposiciones realidad-sueño, realidad-efecto engañoso de los sentidos, etc. Pero sin entrar en este nuevo problema lo que está claro es que el árbol cae, que hay hechos físicos que se están produciendo aunque nadie lo sepa. Para entendernos, a este tipo de fenómeno no lo llamaría yo verdad propiamente dicha, sino como mucho hecho real, aunque insisto en que llamarlo verdad tendría lógica en una acepción concreta de la palabra que yo creo que podemos separar perfectamente del resto y olvidarnos de ella.

De hecho, en esta acepción es tan obvio que el árbol cae "de verdad" (provocando lo que en un sistema auditivo daría como consecuencia un sonido, en la vista una imagen, etc, si hubiera testigos) que no significa nada preguntar de modo desafiante a un relativista algo parecido a esto: "¿Si se cae un árbol puedes negar acaso que es verdad que se ha caído aunque alguien opine lo contrario, aunque alguien opine que está en pie? ¿Eso no sería verdad de por sí, incluso aunque nadie lo hubiera visto, aunque nadie creyera que sucedió?" Estas preguntas me las han hecho mil veces de diferentes formas cuando me pongo a presumir de relativista, pero es que no significan nada, os lo prometo, están basadas en una obviedad. Fijaos; a eso que pregunta alguien, a quien llamaré Juan, por ejemplo, yo podría contestar algo como esto:

"Claro que el árbol cae, porque tú me lo acabas de decir, me has dicho que el árbol cae y que nadie lo ve. El árbol cae es una premisa en tu frase, me lo has asegurado, así que te creo. Lo que no entiendo es cómo podrías saberlo tú, Juan, cómo te hubieras enterado de que el árbol se ha caído si de verdad nadie lo hubiera visto... Si lo dijeras como testigo y fueras el único que estaba allí podría creerte porque eres mi amigo y me pareces un tío inteligente, pero si lo hubieran visto más personas y algunas hubieran interpretado, por ejemplo, que está medio-caído, o que sólo se ha tambaleado... Entonces para saber la verdad, o arriesgarme a creer alguna verdad al respecto, necesitaría hablar con esos otros y comprobar quién estaba más cerca, quién había bebido menos alcohol, quién tiene menos dioptrías de miopía... Ese tipo de cosas. Si en cambio lo que pasa es que nadie lo ha visto y que nadie verá ninguna huella de ello nunca... Entonces prefiero no tenerlo en cuenta como verdad, no tengo motivos para creerlo".

Ya sé que eso sería reírme un poco de Juan, porque con esas preguntas no está hablando de él y de un hecho concreto que él creyera verdadero. Su posición es otra, la de una especie de conocedor omnisciente. Me explico. No dice que un hecho concreto sería verdad si él lo creyera verdad y nos diera sus motivos (eso es a lo que tendría que limitarse un humilde relativista, a explicar su verdad e intentar convencer al resto), sino que en su hipótesis presupone desde el principio, como premisa no asociada a su persona ni a ningún otro ser, que es cierto que "el árbol ha caído"; él presupone que se ha dado un hecho, aunque alguien opine que es falso (o incluso aunque nadie lo haya percibido). Bueno, pues en este caso lo que está diciendo (recordemos a dónde quiere llegar: a la conclusión de que ese hecho es una verdad absoluta) es obvio y carente de contenido. Veréis. Si no es él, Juan -un mero individuo que se puede dejar llevar por sus debilidades o sus preferencias- quien me dice que el árbol cayó, sino una especie de conocedor que lo sabe todo (única manera que se me ocurre para que eso sea una verdad sin necesidad de que Juan ni ningún otro individuo lo afirme ni lo piense), entonces sería de idiotas dudar de ello. Aquel posible alguien que opinara lo contrario estaría equivocado por principio... Si el fenómeno se ha producido y estamos seguros, el razonamiento por el que los absolutistas llaman verdad a ese hecho innegable es una estupidez que no conduce a nada: "Si el árbol cae, es verdad que el árbol cae". Si eso es así, eso es así... LO QUE ES, ES.

Como no aporta ningún dato nuevo, este razonamiento es inútil. Y esa verdad, la de que el árbol se ha caído sin que nadie se entere, si no se nota, si no puede demostrarse ni afectar a la vida de alguna persona -o de algún animal, si los consideramos a un nivel comparable-, tampoco sirve para nada. Si el árbol ha caído pero no hay forma humana de saberlo porque a nada humano afecta (si nos afecta en algo tendríamos pistas), pues bueno, se habrá caído, pero me da igual. Si se cayeran uno a uno todos los árboles de la selva tropical pero nadie se viera afectado por ello de ninguna manera... pues qué queréis que os diga, como dice mi novio: me importa un cagarro. Por eso me parece que la palabra verdad se les queda grande a este tipo de hechos físicos, como que se caiga un árbol, que se rompa un vaso, que salga el sol un día... Estos hechos no es exactamente que sean verdaderos o falsos, es que se dan, suceden, y son verdad-para-nosotros sólo en cuanto nos afectan en algo. Si un vaso se rompe al lado mientras hablamos, claro que los dos estaremos de acuerdo en que el vaso se ha roto, claro que eso nos parecerá innegable, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos: "el vaso se ha roto" y lo llamaremos verdad. Si lo recogemos sin cuidado hasta podemos cortarnos, y algo falso no nos puede hacer sangrar... Pero la frase "el vaso se ha roto" no se puede comparar con afirmaciones como "es negativo para la humanidad que ese vaso se haya roto", "el vaso se ha roto porque era su destino" o con otras consideraciones sin vasos de por medio como "el sistema capitalista es el que más aliena al individuo" o "la televisión es básicamente un instrumento para oprimir al pueblo" o "Raquel es mucho más guapa que la media de mujeres de su edad"... Bueno, en esto último haremos una excepción, es una Verdad autoevidente.

Una última cosa por hoy. Hay que darse cuenta de que cuando se intenta afirmar con autoridad algo del tipo LO QUE ES, ES (y eso es lo que hacemos cuando hablamos de verdades absolutas), cuando se intenta dar algún sentido objetivo a una aserción así, es fácil tener que ayudarse de una especie de conocedor que lo sabe todo y que no se equivoca nunca. Si sabemos que el árbol se ha caído, si de verdad estamos seguros aunque nadie lo haya visto, tiene que ser porque confiamos en algo o alguien que nos dé esa seguridad diga cualquier persona lo que diga. Esto significa que si llegáis a menudo a la conclusión final de que "las cosas son como son", es bastante plausible presumir que creéis en Dios (o en algo tremendamente parecido) o que estáis cayendo en una incoherencia, cosas las dos bastantes respetables, pero que hay que saber reconocer.

12.11.05

Historia terrorífica del gatito de arena


Érase que se era una niña pequeñita con los ojos enormes y el pelo negro. En sus ratos libres hacía ganchillo, en los ratos libres que le dejaba el ganchillo hacía punto, y cuando no tenía nada que hacer, tejía un jersey o dos... O BIEN -y ahí es donde queremos llegar, porque es lo terrorífico- cogía la típica marmita de bruja y removía compulsivamente hasta lograr alguna pócima maloliente y mágica (más mágica que maloliente, en realidad).

Una tarde, al acabar las dos colchas y los tres pares de cortinas de su último encargo, se propuso crear un gatito de arena con sus poderes arcanos. Abrió los enormes ojos negros, se apartó la medieval melena métricamente aflequillada y dando vueltas a la cuchara de madera de sándalo, por entre el humo y los humores que emergían, hete aquí que te digo sin cortarme un pelo que apareció un pequeño animal felino, alguno diría gatuno, que al quemarse el pelito -negro pelito negro- con el líquido caliente, hizo avanzar la historia saltando de la marmita. "¡Qué ven mis enormes ojos!", exclamó la muy coqueta. "Un gato con trampantojo", replicó el gato, poeta.

Mariconadas aparte, el animal nato no era de hierro ni de manteca ni mucho menos de carne y hueso... era en efecto de arena, de arena para el gato (arena cara y buena, para ser esato). El animal felino, también llamado Minino por la menina morena, comenzó a escarbar su falsa carne apenas hubo dicho la chorrada de antes. Ansioso por asearse (un gato es un gato aunque sea mágico), mojaba con la lengua su superficie arenosa y cambiando densidades y deformando trazos malogró su arcana silueta hasta ser poco más que un guiñapo muñonento (adj. masc., ref. al muñón). La niña, enternecida (pero no reblandecida como el pobre gato), quiso consolarlo llevándolo a ver el mar en una playa cercana.

Del resultado de aquella brillante idea se conserva aún una horrenda tonadilla: "Un gatito cayó en la arena /en la arena cayó el gatito /un gatito cayó en la arena /el que quisiera quisiera encontrar..."


8.11.05

Aciago Cioran

Hace unos años leí El aciago demiurgo y tuve sacudidas orgásmicas una tras otra. No se puede decir que sea completamente admirable: de un tiempo a esta parte sólo admiro de verdad a personas felices -no siempre sin problemas, pero sí con predisposición a la felicidad- y me parece que Cioran se esforzó a conciencia toda la vida en revolcarse en su mierda (claro que ése es sólo el Cioran pensador, el personaje que escribe en primera persona en su obra). Lo que me deslumbró fue su desarmante sinceridad, y también su valor literario, por lo preciosa y fluidamente que está escrito, por lo fácil que resulta identificarse y hasta liberarse a través de él. Podría intentar comentar sus libros con detalle, pero me parece más innecesario que nunca ejercer de comentarista; no veo nada que añadir a algo tan autoconsciente, así que lo único que haré es recomendároslo. Ejem: os recomiendo que lo leáis.

Es algo así como anti-autoayuda, así que los que prefieren inyecciones de optimismo suelen odiarlo. Es bastante lógico perder la paciencia porque es un mártir con toda la carga despectiva de la palabra, pero está visto que leído con alegría todo lo exagerado por negativo que suene a mí me da la vía y me quita el sentío. Me afectó tanto que me atreví a buscar la estética en ciertas consideraciones sobre mí misma que antes de Cioran me hubieran parecido trozos de diario con los que nadie querría cargar como lector. Y sin embargo ahora, por culpa de él y de mi exhibicionismo, os toca tener la opción de leerlas. El archivo de mi ordenador tiene el pedante título de Cioraniana, porque una artista postmoderna que no me interesó nada tuvo al menos la honestidad de llamar Duchampiana a unos "homenajes" que hizo al caradura ése que se inventó lo del "ready made". Dios los cría y ellos se influyen...


Cioraniana (I)

¿Cómo entender el problema de la patria si se es plenamente incapaz de salir del propio yo? Si mi esencia me es ajena, si cada gesto rutinario es un papel conscientemente asumido, si mi propia personalidad es el reto más grande de mi existencia, ¿cómo solidarizarme con grupos excluyentes o entristecerme por cuestiones sobre el concepto de Estado? Cuando mi ser se me escapa, de inabarcable, de inaprehensible, de relativo, ¿cómo sentirme carnalmente cercana a España o a cualquier otra nación? No hay duda: la solución definitiva al nacionalismo es la crisis de identidad.

***

¿Puedo llamar vida a mis días? ¿Puedo considerar experiencia mi dolida búsqueda de experiencia? ¿Realmente conozco el dolor, siquiera el de no sentir nada? La variedad de formas y colores de mi dolor, la exquisita y complejísima red de mi decepción no tienen contenido. Sufrir sin causa es doblemente doloroso porque es un sufrimiento desapasionado y en última instancia patético. ¿Valdrá este dolor en la balanza como intensidad de mi vida? ¿Podré presentarlo el día de mi juicio? ¿Podré llamar muerte al final de esto?

***

Escribir es ahondar excesivamente en uno mismo. Lleva a la dramatización de los detalles de la propia vida y hace que uno se interese cada vez menos por los problemas de los demás. Ser capaz de entretener o de redactar con cierta habilidad parece signo de la importancia de lo que se cuenta y esta mentira llega a aislar al autor en un universo propio. Ser el protagonista absoluto sin esfuerzo: es lo que logra un rato prolongado frente al ordenador cuando se opta por un código pretendidamente literario. Ése es demasiadas veces el motivo por el que disfruto escribiendo. Sólo así dejo de mirarme en el espejo de los demás. Sólo así parece lógica y en ocasiones incluso provechosa mi tendencia al egocentrismo, mi egolatría disfrazada de auto-odio.

***

Si grito mi debilidad hasta que las paredes tiemblen, si escupo mi fragilidad y la expando, si te reto exhibiéndola como un arma haré que me ames por lo que soy y no sólo por lo que quiero ser. El que se asusta sólo es realmente cobarde si además se engaña a sí mismo, si se niega, si se compara y se anula. Si lucha por encontrar refugio y se sabe amparado en otros deja de ser cobarde. Si además encuentra a esos otros concretos capaces de perdonar su debilidad y de hacerle perdonar la de ellos, entonces... ¡entonces ese cerdo es feliz!

***

El autoanálisis está sobrevalorado. El mundo está lleno de seres humanos valiosos que facilitan la vida de los demás y que no se analizan más que excepcionalmente. Ser consciente de mis mezquindades no puede hacerme mejor persona. Los asesinos, los envidiosos, los egoístas, los usurpadores, los dictadores... pueden ser seres especialmente autoconscientes, doloridos por sus propias imperfecciones y que sólo superficialmente actúan en beneficio propio. En cambio, los héroes, los libertadores, los solidarios, los amantes, no están necesariamente atormentados por sus defectos; pueden limitarse a intuirlos e intentar corregirse en sus actos sin esforzarse en aniquilar los sentimientos negativos que provocan sus errores. Los que consideramos buenas personas no tienen habitualmente pensamientos viciosos centrados en ellos mismos. Los otros, los pensadores viciosos, pueden ser buenos poetas o hacer arte catártico para el público, pero no pueden ser felices ni convertirse en buenas personas.

***

Me doy cuenta de que la relación que tengo conmigo misma no es muy buena porque a veces, a solas, se crean silencios incómodos.

2.11.05

El chou de Sartre

Una amiga mía me contó que su exnovio, estudiante de filosofía, se había sentido contrariado con un diálogo de La última noche de Boris Grushenko porque no significaba nada. Lo divertido era eso, claro, mofarse de los filósofos gratuitamente, sin entrar a rebatir argumentos. Hacer el chorra así, en plan sanote, nada de indignarse ni de discutir, porque eso sería filosofar y porque no tendría ni la mitad de gracia. Iba más o menos así:

- Empieza a anochecer…
- Eso es una apreciación subjetiva.
- Pero la subjetividad es objetiva.
- No, ¡la objetividad es subjetiva!

(...)

- Oh heno, sólo heno, montañas de heno…

Esto, diga lo que diga otra amiga mía, es humor idiota. El humor puro, creo yo, siempre es idiota, aunque el cómico sea muy listo. Si uno intentara soltar una carcajada de un modo inteligente el resultado daría pena… Os juro que cuando vi Bananas en la Filmoteca de Madrid la sala estaba llena de gente… ¡y casi nadie se reía! Estoy segura de que el público filmotequero de ese día se sentía demasiado inteligente como para perder así las formas frente a una obra “de autor”. Puede que creyeran que reírse era una falta de respeto. Yo me imaginaba todo el rato al pobre Woody escuchando ese absoluto silencio tras sus chistes, qué deprimente…

El caso es que el exnovio de mi amiga parecía querer distinguir esa retórica vacía de un auténtico discurso filosófico… Creo que –descontextualizando un poco— no hay quien distinga, por ejemplo, muchas de las notas que tomé hace unos años de El Ser y la Nada, de una broma absurda. Lo que es yo, me he reído un rato y me he vuelto a acordar de Boris Grushenko. Hay trampa, porque Sartre –estoy convencida de ello— intentaba decir algo de verdad… Pero me temo que lo que consiguió decir, lo que realmente explicó, fue como mucho su propia forma de estructurar los pensamientos, su particular manera de llegar a conclusiones, de hacer comparaciones, de construir definiciones, de generalizar… Gracias a Sartre, hemos logrado comprender un poco más la cabeza de Sartre. Quizá no sea muy útil a la Humanidad, pero por lo menos te echas unas risas:

La reflexión es reconocimiento más bien que conocimiento. Implica una comprensión prerreflexiva de lo que ella quiere recuperar, como motivación original de la recuperación”.

La ley de ser del Para-sí, como fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser él mismo en la forma de presencia ante sí”.

La Nada es ese agujero de ser, esa caída del En-sí hacia el sí por la cual se constituye el Para-sí”.


Y mis favoritas, de nuevo a juego con el título de todo esto:

El ser de la conciencia es conciencia de ser”.

La conciencia, a la vez y en su ser, es lo que no es y no es lo que es”.

Si después de esto te quedan dudas acerca del sentido de la vida es porque no te enteras, tío.