22.3.06

Un respeto, viejos

Tengo un compañero de trabajo de cincuenta y tantos años. Llamémosle Juan (porque se llama así). Siempre he notado que el salto generacional entre nosotros le afecta de alguna manera; creo que alguna vez ha percibido mi inevitable repateo de tripas cuando, siendo como es un caballero, hace lo imposible para que yo salga antes que él de los sitios. No puedo entender que su idea de la cortesía pase incluso por obstaculizar mi movimiento natural si es necesario con tal de "permitirme" el paso. Yo me siento más bien como si me obligaran a pasar, porque deciden por mí cómo y cuándo debo hacerlo. Está claro que es un gesto de un sistema que ya no existe, una mímica vacía. Si le damos algún significado, para la gente de mi edad no tendrá que ver mucho con el respeto sino más bien con lo contrario, puede parecer un intento velado de simbólica represión: el hombre tiene que solucionar ciertos aspectos prácticos de la vida a la mujer, y ésta, si mi sentido de la justicia es correcto, tendrá que solucionar otros problemas, supongo que básicamente la crianza de los hijos.

Este detalle que hemos vivido todas, y que normalmente me da igual o me divierte, en él me puede dar auténtica grima. Es porque, utilice las fórmulas corteses que utilice (o también precisamente por la abundancia de fórmulas que utiliza conmigo), todo su lenguaje corporal me sugiere que se siente más respetable que yo. Cuando habla de cualquier tema tiene siempre un tono imperativo, más o menos gracioso, enternecedor para sus seres queridos, imagino, pero desde luego definitivo, lapidario. Todo en él es tensión, una especie de ansia apenas disimulada de ser intachable, no de alegrar a los demás sino de parapetarse ante cualquier juicio, de ser un señor, un don/usted, un buen apellido en cualquier situación. Cuando me permite el paso, como en lo demás que hace, siempre parece estar imponiendo su visión del mundo: hay que hacer las cosas bien, como Dios manda, hay que hacerlas por cojones.

El otro día, aprovechando que otras dos compañeras, también mucho mayores que yo, estaban comentando en voz alta que les caigo bien, Juan se sintió autorizado a decirme sin venir a cuento –añadiendo un con perdón, no faltaba más- que, sinceramente no le gustaba nada la forma de vestir que teníamos ahora los jóvenes. Ahí entró una de las otras a opinar que tenía razón, que su hija llevaba siempre los zapatos sucísimos que era una vergüenza por favor hay que ver (y yo colorada por dentro porque no recuerdo haber limpiado nunca los que llevaba). La conclusión es que mi educación debe de ser blanda o demasiado moderna, porque me parece que es una falta de respeto grave juzgar a alguien en público por su aspecto, y peor aún hacerlo de esa manera tan directa, tan despreocupada, una actitud que sólo puede venir del que se sabe por principio en un escalafón superior.

Ayer mismo, hablando de nuevo de los jóvenes, se quejó de su hijo, porque le ha dado varios sustos teniendo accidentes en moto borracho o drogado a las tantas de la mañana. El matiz importante es el tono, el tono: no es tristeza, no es preocupación lo que expresa por encima de todo. Es reproche. La felicidad que cuenta es la suya. Haber cuidado a sus hijos es una inversión que tendrían que devolver. Imaginé toda una vida de incomunicación con alguien así, alguien que supuestamente te quiere pero que te considera secundario, incomprensible y desagradecido, y entendí que quizás es en parte culpa suya que su hijo haya estado dos veces en la U.V.I. Si está tan lejos de su propio hijo, no me extraña que no nos entendamos.

Supongo que cree que yo también le debo algo, por haber nacido después que él...

20.3.06

Escritura semiatomática, capítulo 3 (de perdidos al río)

salir a la calle dispuesta a comerte el mundo, o al menos dispuesta a que otros se te coman en una orgía privada abierta al público general un día festivo. decodificar el intento hasta hacerlo aquí y ahora. aquí y ahora, ¿por qué cojones no? no me da miedo. no me dais miedo todos vosotros amorosos, cariñosos, erectos, contínuamente amigos. seré tan yo misma que irradiaré luz de intensidades cósmicas en ángulos imposibles inaugurando una nueva era luminosa con módulo de control integrado y subwoofer de 500 watios (no encontrará esta revelación última en las tiendas). voy a gritar hasta generar una corriente subterránea que hará saltar en pedazos un 78 % de la corteza terrestre. cuando acabe instauraré una democracia hippie basada en la farlopa en el 57 % restante y seré una heroína del nuevo mundo multicolor, multiorgásmico y muy múltiple. y si a nadie le interesa será una dictadura militar multicolor que saldrá en todos los libros de texto del futuro por su originalidad y sus encantadoras cenefas de terciopelo.

no me vale con una o dos veces. peligra mi radiación humana así como el albur de chotacabras atléticas mimadas en enjambres de hipócrita amargura bakala. no voy a parar hasta dejar de razonar. ramoncín imita a un sol de esparto y yo seré la princesa del almendro con cefalea perenne y acné caduco. si tienes que salir en mi texto no seré yo quien te impida besar los ajazminados versos de latón que esconde mi vientre enfermo, mi femenino vientre enfermo sediento de más sed, jugando al escondite con migajas de historias nunca empezadas y posibilidades fracasadas. de cómo una sola opción promueve espasmos de arrepentimiento pre-riesgo, de cómo mi lugar en el mundo es saqueado, mi cara usurpada, mis labios encerados e inmovilizados con laca alquímica. será lo que yo desee y cuando yo lo desee como en los cuentos troquelados que sacaba de sus bragas tu bisabuela terrorista. esfúmate o desnúdate pero no vuelvas a mirarme con indiferencia poque te odio y puedo sacudir tus eczemas mentales hasta que castañeteen tus dientes y tirites de miedo, estúpido analfabeto, pequeño vicioso del baño turco, entre la niebla de tu confusión soy un enorme NO que te paraliza sin libros de autoayuda ni actividades colectivas. no me desahogaré nunca de tu medianía, mientras me desangro superada por la tensión clitoridiana insatisfecha, expectante, señalada en estas fechas por todos los ciegos del sanatorio al pasar por la perrera.

17.3.06

Vaguedad espacial

Bertrand Russell en El conocimiento humano (1948): "Supongamos que tiene usted un amigo llamado el Sr. Jones. Como objeto físico, sus límites son un tanto vagos, porque está contínuamente perdiendo y adquiriendo electrones y porque un electrón, por ser una distribución de energía, no cesa abruptamente a cierta distancia de su centro. La superficie del Dr. Jones, por ende, tiene cierta impalpable calidad fantasmal que usted no desea asociar a su amigo, de sólida apariencia. No es necesario entrar en las sutilezas de la física teórica para mostrar que el Sr. Jones es tristemente indeterminado. Cuando se corta las uñas de los pies, hay un tiempo finito, aunque breve, durante el cual es dudoso si los recortes aún forman parte de él o no. Cuando come una costilla de carnero, ¿en qué momento entra a formar parte de él? Cuando exhala anhídrido carbónico, ¿el carbono es parte de él hasta que sale por sus narices? Aunque la respuesta sea afirmativa, hay un tiempo finito durante el cual es discutible si ciertas moléculas han pasado o no por sus narices".

Este texto demuestra tres cosas:

1. Se puede hablar del conocimiento de forma que todos los interesados podamos entenderlo. No hay temas impopulares, hay discursos elitistas.

2. Se puede hablar del conocimiento con sentido del humor. No hay temas aburridos, hay gente rancia.

3. Las uñas de los pies siempre han inspirado a los filósofos.

14.3.06

Si a veces discuto sobre tonterías con la gente es porque les respeto. A menudo, si eso es posible, les respeto demasiado. Puedo llegar a demostrar mucho respeto por personas que no lo merecen, que se han ganado a pulso mi desprecio o que son indiferentes a mis reacciones. En general consigo mantenerme lejos de relaciones así, por supuesto, pero es más difícil en el trabajo, en la familia, o en general cuando, para facilitar las cosas, quiero ser cordial con alguien a quien no me ha sido dado elegir.

La mayoría de los conflictos con los demás vienen de conceder importancia a la opinión del otro. Yo tiendo a valorar sus argumentos incluso por encima de su bienestar y del mío, y a pesar de haber llegado mil veces a la conclusión de que son los instintos y los sentimientos lo que mueve el mundo. La vida me da lecciones en contrario continuamente, pero yo sigo esgrimiendo mi opinión como otro defendería su alma. Mi dignidad, mi independencia, mi libertad... están en juego en mi cabeza cada vez que suelto mi opinión sobre el asunto más insignificante. En el mejor de los casos me porto como una ingenua romántica intentando hacer brillar la Verdad. En el peor, véase la entrada de la pedantería. No siempre necesito que me den la razón, pero pierdo los nervios si creo que no me entienden, y puedo llegar a hacer cosas realmente estúpidas si veo que no me escuchan. Pero, ¿qué utilidad tiene la sinceridad con el que no la pide ni la ofrece?

A lo que voy es... joder, ¿para qué coño quiero comunicarme con mis jefes?

7.3.06

Volver a empezar

Aunque Plexus me resulta mucho más flojo que Sexus, hay momentos en que vuelvo a identificarme poderosamente, supongo que porque aún estoy iniciándome. No sé muy bien en qué pero iniciándome, porque está claro que son pasajes “de iniciación”. En éste, una especie de profeta moderno le explica a Henry Miller tópicos de la filosofía oriental que hacen a cualquiera sentirse Elegido:

“Esencialmente usted es un hombre de fe. Un hombre de gran fe. El escéptico en usted es un fenómeno transitorio, una herencia del pasado, de otra vida. Tiene usted que desechar sus dudas –dudas sobre sí mismo, sobre todo-, lo están asfixiando. Un ser como usted sólo necesita lanzarse al mundo y flotará como un corcho (...) La edad no significa nada, no es la edad la que te da sabiduría. Ni la experiencia siquiera, como afirma la gente. Es la rapidez de espíritu. Los vivos y los muertos... Usted, más que nadie, debería saber lo que quiero decir. Sólo hay dos clases en este mundo –y en cualquier mundo-: los vivos y los muertos (...) Quienes viven en el mundo de las tinieblas vislumbran de vez en cuando el mundo de la luz, pero quienes viven en el reino de la luz no saben nada de la oscuridad. Los hombres de la luz no proyectan sombra. No conocen el mal. Tampoco abrigan resentimiento. Se mueven sin cadenas ni trabas (...) La libertad lo abarca todo. La libertad convierte todo a su naturaleza básica, que es la perfección. No crea que hablo de religión o de filosofía. Repudio ambas, totalmente. Ni siquiera son peldaños, como le gusta pensar a la gente. Hay que pasar por encima de ellas, de un salto. Si colocas algo fuera de ti, o por encima de ti, te conviertes en una víctima. Sólo existe una cosa: el espíritu. Lo es todo, y cuando lo comprendes, lo eres. Eres todo lo que existe, no hay nada más... ¿entiende lo que digo?

“Entiende usted, pero su realidad se le escapa. El entendimiento no es nada. Hay que mantener los ojos abiertos, constantemente. Para abrir los ojos, hay que relajarse, no ponerse en tensión. No tema caer hacia atrás en un abismo insondable. No hay nada en que caer. Está usted en ello y pertenece a ello, y un día, si persiste, lo será. No digo que lo vaya a tener, fíjese bien, porque no hay nada que poseer. Tampoco tiene usted que verse poseído, ¡recuérdelo! Tiene que liberarse. No hay ejercicios, físicos o espirituales, que practicar. Todas esas cosas son como el incienso: despiertan una sensación de santidad. Hemos de ser santos sin santidad. Hemos de ser enteros... completos. Eso es ser santo. Cualquier otra clase de santidad es falsa, una trampa y una ilusión...

“Ahora mismo, Henry Miller, nadie en este país sabe nada de usted. Nadie –y lo digo en sentido literal- sabe su identidad auténtica (...) Usted –y en ese momento espació las palabras-, usted solo tendrá que resolver sus problemas (...) el secreto estriba en no preocuparse de que nadie, ni siquiera el Todopoderoso, tenga confianza en usted. Debe llegar, e indudablemente llegará a comprender, que no necesita protección. Tampoco debe anhelar la salvación, pues la salvación sólo es un mito. ¿Qué hay que salvar? ¡Pregúnteselelo! Y, en caso de que sí, ¿salvar de qué? ¿Ha pensado usted en estas cosas? ¡Hágalo! No hay necesidad de redención, porque lo que los hombres llaman pecado y culpa carece de significado en última instancia. ¡Los vivos y los muertos!... ¡recuerde eso simplemente! Cuando llegue a lo más hondo de las cosas, no encontrará aceleración ni retraso, ni nacimiento ni muerte. Existe y usted es: esa es la cuestión, en pocas palabras. No se rompa la cabeza cavilándolo, porque para la mente carece de sentido. Acéptelo y olvídelo... o lo volverá loco...”

¿Cómo me va a extrañar que este buen hombre, al preguntarle Henry su lugar de procedencia, conteste entre vaguedades algo sobre “una aldea de Crimea, no lejos de Sebastopol”?