11.12.09


Ajá... ¿o no?

Estos días estoy leyendo otro de esos libros que me gustan porque hablan de cosas complicadas explicadas de forma que hasta yo puedo entenderlas... más o menos. Se llama ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar, y el autor es Martin Gardner, uno de los escritores más conspicuos de divulgación matemática. [Lo de conspicuos es porque he buscado por fin el significado y resulta que es “famosos, ilustres”. Estaba convencida de que sería algo sutilísimo... ]

Pues bien, el libro empieza con las paradojas más sencillas y tontorronas (la frase “Yo miento siempre”; una pegatina en un parachoques que decía: “¡Ya está bien de pegatinas en los parachoques!” un anuncio en el periódico: “¿No sabe usted leer? Aprenda en tan sólo siete días”...) y supongo que va complicándose hasta que quieres gritar y liarte a puñetazos con todo lo que se menee. Al llegar a una que ya he encontrado en tres o cuatro libros (tengo que atreverme ya con alguno más especializado para ver cosas nuevas) me he puesto a pensar otra vez en la democracia, en la idea de que la democracia –¿y quizá toda la política?- no es tanto un “contenido” moral como un formalismo, un juego.
La paradoja en cuestión es simplemente una tarjeta con dos frases escritas. Una de ellas es: “LA FRASE ESCRITA EN LA OTRA CARA DE ESTA TARJETA ES VERDADERA”, y en el reverso la otra frase dice: “LA FRASE ESCRITA EN LA OTRA CARA DE ESTA TARJETA ES FALSA”. Cada una de ellas tiene sentido, pero tomadas conjuntamente son un absurdo irresoluble.

Soy consciente de que esto a la mayoría de la gente sólo le sugiere tirar esa tarjeta gilipollesca y ponerse a hacer algo divertido y/o útil. Pero a mí cosas así me enganchan y se me ocurren ideas que nunca se me hubieran pasado por la cabeza si no hubiera leído algo sobre lógica. Ya he dicho otras veces aquí que no entiendo a la gente que cree en una Verdad y no pone todos los medios, incluso los violentos, para que ésta impere imponiéndose a las demás verdades... las “falsas”. Ahora añadiría que quizá en el fondo todos somos relativistas, pero creo que esto sería imitar a esa gente religiosa que dice que los ateos somos de la religión de no creer en Dios. Un disparate, vaya.

El caso es que parece que la democracia, o todo el relativismo (no hay una sola verdad para ningún tema, sino que cada individuo tiene la suya y por principio ninguna es más verdadera que las demás) tiene que ver un poco con esa tarjeta paradójica. No hay un partido ni un grupo social que tenga toda la razón –y esto lo opinan los partidarios de cualquier ideología salvo los fanáticos, que son antidemócratas por definición-, pero es que además las razones son incompatibles entre sí, endebles, pura forma... Más medios (para conseguir votos y dinero) que fines, más basadas en negar al otro que en imponer una idea. Lo curioso es que esto no me preocupa demasiado, quizá así es como debe ser.

Según me hago mayor parece que me va interesando un poco más la política –quién me iba a decir a mí que haría callar a otro ser humano para escuchar una intervención en el Congreso, yo que odiaba a mi padre cuando hacía lo propio con el Telediario-, pero esto me pasa justo al mismo ritmo que me voy desinteresando de las ideas políticas. Creo que es porque ya no busco guías ni gurús (ahora las ideas me arropan y me entretienen pero no son “el camino”) y siento que puedo aprender mucho sólo de cómo argumenta cada cual, de cómo tapan los agujeros de su discurso, de cómo sortean los puntos espinosos con eufemismos y rodeos... y de cómo entre tanta estrategia asoman –en pocos momentos, creo- las auténticas ideas, ese contenido que hace que tu grupo o tu partido no sea sólo otro más del juego democrático. Eso que te hace débil –porque cuantas más ideas sostienes y con más vehemencia, más riesgo corres de ser incoherente o ingenuo- pero también... “humano”. Porque si aquello en lo que crees más profundamente es el juego igualitario entre ideas igualmente respetables... eres un cínico o un sin sangre.
En fin, parece claro que en una sociedad tiene que haber democracia –y si eso se puede entender de muy diferentes maneras, más motivo para ser demócrata-, pero por primera vez creo que quizá (sólo quizá) hace falta algo más. Llamarlo “valores” o "moral social", suena cristiano y conservador, dos cosas que lucho por no ser, pero no se me ocurren expresiones mejores. Con esto de la “batalla de los crucifijos”, y con las alarmas anti islámicas que se están disparando en los medios de comunicación más fachas e irresponsables, vuelvo a preguntarme qué es la democracia y qué puede hacer por solucionar estos problemas, los referentes a las ideas “duras”: las religiosas o las que tienen que ver con el terruño de uno. Creo que el sistema democrático es sólo una buena manera de frenar los excesos, de que ninguna opción se desmadre, poco más. Seguramente ya es mucho, pero...

Hace un par de días me descubrí pensando, acerca de los musulmanes a los que no permiten construir las mezquitas a su modo, o de lo que pueden sentir los padres de niños no católicos a los que molestan los belenes en el colegio, que la religión es una cosa muy respetable pero que debería ser íntima y no colectiva. Vamos, igual que los homófobos que dicen que la homosexualidad muy bien pero que cada uno en su casa y que no anden armando jarana ni sintiéndose tan Orgullosos...

Todas las definiciones que se me ocurren de la palabra “democracia” son paradójicas. Es el sistema en el que mandan todos; es decir, en el que no manda nadie. Es una filosofía común a todos, por lo que tiene que contener la menor cantidad de ideas posible, y quizá de las menos importantes, para ser más justa y más necesaria. La libertad, la justicia y la igualdad se han alabado tanto desde discursos democráticos como totalitaristas... Y aunque yo elijo la democracia, en mi día a día quizá pesa más ese fondo idealista que siente, más que opina, que nada importante es un juego, que el contenido es más que la forma, que no es igual de respetable un valor que otro, que ciertas sensaciones son más espirituales y más elevadas que otras... Que el individuo es primero ético y sólo después político.

Y para poner el colofón polémico (y esdrújulo), una consecuencia más de esto. Los que dicen que todo es política, desde dónde compras el pan hasta las amistades que eliges o la ropa que llevas, son gente no sólo equivocada, sino menos interesante, gente a la que le falta algo. Si creen realmente que todo es política, que todo es lucha entre opuestos y distribución de dinero y poder... mucho me temo que nunca nos entenderemos. De hecho, estoy segura de que yo siento más intensamente que ellos... Ahí es nada, coleguis.

10.9.09

Siempre me ha interesado Fernando Savater y me preocupa ver la cantidad de gente que le considera una especie de enemigo público. Creo que, radicalismos y ciertos tocapelotismos aparte, que el hombre los trae de serie, el motivo está más bien en una idea generalizada que a mí me subleva: quien hace afirmaciones sobre temas importantes en público, y no digamos el que se decide a hacerlo en clara y limpia primera persona, relativizándose, mostrando las rendijas y contradicciones de su propio pensamiento, se está poniendo deliberadamente en el punto de mira, y es de lo más natural y esperable que muchos le cojan manía y le ataquen por lo personal. En otras palabras, decir cosas que pueden molestar a alguna gente equivale automáticamente a ser un provocador, a querer ante todo y sobre todo molestar.

Como parece demostrar casi todos los años Gran Hermano, "las masas" nos decidimos más fácilmente en contra de alguien que a favor, y el que mejor cae es el que pasa más sin pena ni gloria, el que no se muestra muy apasionado por nada ni por nadie, el que no habla más que lo imprescindible y el que a primera vista parece poco conflictivo porque hace como si no viera los conflictos a su alrededor.

Si a pesar de todo esto no consigues estarte callado o encerrado en tu casa, la manera más fácil de no molestar a gran cantidad de personas es asumir un ideario organizado, uno que compartan muchos más. Pero ¿qué haces si sientes que lo más auténtico en ti no coincide con ningún gran grupo? ¿O -aún peor- si algunas de tus ideas parecen armonizar con un grupo y otras más bien con "el otro"? Supongo que la respuesta "realista" sería que puedes tener esas ideas, pero mejor no decirlas tan alto, o tan en serio, como Fernando Savater.

Como se sabe exagerado y se confiesa amante de la polémica, lo suelo imaginar encontrándole el gustillo hasta a las críticas más duras, pero también pienso que tiene que ser desesperante ver escritas por ahí estupideces como que en el fondo es un fascista -y uno de los peores, de los que van de izquierdistas-, o un chaquetero, o un demagogo... Lo de demagogo como insulto es que me fascina; es una idea mercenaria, que sirve desde siempre al único objetivo de desprestigiar al contrario opine éste lo que opine. La sola palabra es antidemocrática se mire por donde se mire: sólo alguien que se siente fuera del pueblo y superior a la masa de votantes puede usarla sin caer en obvia contradicción.

Pero a lo que iba, Savater. Muchas de las cosas que dice me parecen tan de sentido común que no son originales -él estaría de acuerdo con esto con toda seguridad- y otras, sobre todo en sus obras de juventud, son tan excesivas que difícilmente pueden sostenerse si no es por pura diversión -y esto creo que tampoco le preocuparía-, pero en general me parece estimulante, sensato y responsable en el más amplio sentido de la palabra. Porque, cuando un tema es importante de verdad, lo irresponsable no es hablar abiertamente de él arriesgándose a equivocarse, sino callarse, lavarse las manos.

Aparte de todas las pequeñas y grandes cosas en las que estoy de acuerdo con él, siempre le agradeceré haberme llevado hasta Cioran y Bertrand Russell y haberme interesado en general por la literatura de fantasía y aventuras en la que estaba (bueno, sigo estando, me temo) vergonzosamente pez.

Allá va un trocito que he encontrado hoy en una antología que compré hace tiempo y aún no había leído. Es de su libro Ética para Amador y el tema de la página es la templanza.


"... (El más triste de todos los placeres es) el placer de sentirse culpables. Desengáñate: cuando a uno le gusta sentirse "culpable", cuando uno cree que un placer es más placer auténtico si resulta en cierto modo "criminal", lo que se está pidiendo a gritos es castigo... El mundo está lleno de supuestos "rebeldes" que lo único que desean en el fondo es que les castiguen por ser libres, que algún poder superior de este mundo o de otro les impida quedarse a solas con sus tentaciones.

"En cambio, la templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son "egoístas" porque siempre hay alguien sufriendo mientras tú gozas, le respondes que es bueno ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento sufriendo también o por estar disfrutando como el otro quisiera poder disfrutar. Comprender el sufrimiento de quien padece e intentar remediarlo no supone más que interés porque el otro pueda gozar también, no vergüenza porque tú estás gozando. Sólo alguien con muchas ganas de amargarse la vida y amargársela a los demás puede llegar a creer que siempre se goza contra alguien".


Parece casi obvio, pero esto que está escrito pensando en un público adolescente no sobraría cuando un amigo ya madurito te suelta divertido un acusador "¡cómo vives!" en cuanto le cuentas dos cosas buenas de tu vida seguidas (no va por nadie concreto, ¿eh?, que esto me ha pasado con mucha gente a la que quiero). También me recuerda a las veces que alguien me ha hecho daño y cuando se lo he hecho saber me ha venido a decir que sufre más que yo. ¡Eso no es un argumento! Supongo que si dedico un tiempo a ir explicándole a la gente por qué yo, a pesar de mi relativo éxito en la vida, sigo sufriendo, llegará un momento en que podré justificar casi cualquier desplante. Cuantos más puntos de sufrimiento, más culpables se sentirán los demás si me critican, más armas tendré contra cualquiera que me eche algo en cara. Porque la mejor defensa es un buen ataque, vaya que sí.

Y ahora me voy a dormir que son las tres de la mañana.

7.9.09


"Como decíamos ayer..."

Nada, chicos, que no dejo de leer cosas HERMOSAS que quiero compartir. Que siento que he perdido algo grande abandonando esto, que quiero compartir más de todo. Empezando por eso, por el simple hecho de leer y escribir, que a veces parece tan importante y otras tan... no, qué coño, ¡siempre es importante! Por eso vuelvo. Sólo hacer de text-jockey -¿eso me lo acabo de inventar?- ya merecería la pena. Y si por el camino nos explicamos un poco cómo somos y nos domesticamos un poco los unos a los otros, que diría Saint-Exupéry, entonces sí que no podré pedir más.

Al grano. Creo que este poema, Encargo, uno de los que más me ha llamado la atención de salvo el Crepúsculo (Biblioteca Cortázar, Alfaguara) tiene un poco que ver con lo que dice hoy Miguel en su blog (http://miguelbn.blogspot.com/2009/09/fanatico.html), pisar el césped de otro y que el otro pise el tuyo. Porque creo que no hay otra manera, que la intimidad con la gente no puede ser un parque, tiene que ser una selva. No, no hay otra manera. Las normas... sí, a veces hay que cargar con algunas. Pero si la amistad o el amor consisten en algo -si esta pobre aspirante a gurú de sí misma se ha enterado de algo en estos ventinueve años- no es en normas y limitaciones. De esto ya hablamos todos aquí, y creo que con bastante miga, hace muchísimo tiempo. Ahora, después de vivir más cosas y de leer este poema, añado: aunque duela, soy incapaz de perder a nadie importante "como una música fácil".
Dale, Julio.

Encargo
No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.


Y otro:

El futuro
Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle, en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado, ni en el gesto
de elegir el menú, ni en la sonrisa
que alivia los completos en los subtes,
ni en los libros prestados ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes o una blusa.
Me enojaré, amor mío, sin que sea por ti,
y compraré bombones pero no para ti,
me pararé en la esquina a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré los sueños que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel donde aún te retengo,
ni allí fuera, en este río de calles y de puentes.
No estarás para nada, no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.

Éste no lo asocio con nada concreto, simplemente me ha hecho llorar. Curiosamente, el punto exacto ha sido (fue, anoche) "y comeré las cosas que se comen". Debe de ser que comer sola me aterra, jaja.

Ah, qué bien volver.